El amor a Dios se expresa a través de la obediencia.
- Gina Rodríguez
- 26 feb 2021
- 2 Min. de lectura

Como cristianos, hemos sido llamados a obedecer los mandamientos de nuestro Padre Celestial. La obediencia es una parte esencial de la fe cristiana y en Jesucristo, encontramos el modelo perfecto de obediencia:
“Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).
La Biblia dice que, mostramos nuestro amor por Jesús al obedecerle en todas las cosas “Ustedes demostrarán que me aman, si cumplen mis mandamientos” (Juan 14:15). La obediencia se refiere a todos los aspectos de nuestra vida: relaciones familiares, relaciones de pareja, amistades, vida laboral, planes profesionales, finanzas personales, ambiciones del futuro, todo se lo entregamos a Él. La obediencia nos permite expresar nuestro confianza y amor por Dios.
Tristemente, algunas personas tienen la impresión que los mandamientos son cargas, que nos limitan nuestra libertad y crecimiento personal, asocian el concepto de obediencia con algo negativo. Caemos en el error de pensar que Dios nos va a pedir dejar de hacer aquello que más disfrutamos y que nos pedirá hacer aquello que más detestamos o que más nos cuesta. Los malos entendidos de la obediencia provienen de tener un concepto inmaduro de la misma, combinado a una desconexión con Dios. La Palabra nos enseña que la libertad verdadera viene de obedecerlo a Él:
“Si ustedes obedecen mis enseñanzas, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:31-32).
Obedecerlo significa confiar, someterse y rendirse a Dios y Su palabra (Deut. 11:26-28).
Como siervos de Dios, no tenemos que cuestionar Su obra, sólo escucharlo y obedecerlo. En la medida en que los lazos de amor con Cristo permanezcan sólidos, vamos a recibir los mandatos de Dios con agrado. Entre menos lazos de amor haya con Cristo y menos conocimiento de quién es Él, quizá seamos más desobedientes. A medida que maduramos en nuestra fe, encontramos que, la verdadera plenitud viene cuando le entregamos por completo el control de nuestras vidas a Jesucristo. Un corazón dispuesto a obedecerlo conlleva experimentar una vida abundante en Cristo Jesús.
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